lunes, 11 de junio de 2012

La paradoja de la memoria.


La memoria es eso que hace que las cosas no se olviden, y dentro de las cosas se pueden incluir hechos, recados, mensajes, caras, personas, chistes e incluso cosas. Lo que pasa es que uno de los tipos más frecuentes de memoria es la mala, la mala memoria. Esto se sabe porque siempre nos llama más la atención alguien con muy buena memoria que el olvidadizo, dada la escasez de quienes retienen como por magia todo lo que entra en sus cabezas y la abundancia de los que simplemente no se acuerdan. Luego, en función de lo que nos haya molestado el olvido, catalogamos a quien lo tuvo; si no nos ha molestado será un despistado entrañable, y si lo ha hecho, un desastroso que no pone ningún interés en las cosas. Pero en cualquiera de los dos casos lo que queda es el hecho de que algo se ha olvidado y en ocasiones perdido, y si es cualquier minucia no tiene problema, pero imaginemos que es la solución al catarro común o el teléfono de alguien que te había prometido una noche loca de sexo y desenfreno a la luz de la luna. En estos casos puede resultar desesperante, y para eso se inventaron los soportes en que registrar cosas (véase la lista anterior) para que no se olviden y desaparezcan, porque casi todo desaparece cuando se olvida; desaparece o lo que es peor, puede cambiar de significado.
Y aquí encontramos la paradoja de la memoria, porque históricamente los soportes usados para preservar la memoria, salvo alguna excepción singular, son perecederos de cojones. Y no solo eso, sino que han sido más perecederos a medida que la civilización avanzaba, si bien no se ha sabido nunca hacia donde. Así, en la época prehistórica se pintaban o rayaban cosas en piedra y de ahí el nombre de “rupestres”, muchas de las cuales han llegado hasta nuestros días. Hace cinco mil años se utilizaron tablillas de arcilla marcadas con cuñas que también hemos podido leer e incluso interpretar porque han aguantado perfectamente el paso de los siglos.
Pero luego se inventó el papel y ahí empezó el lío. Cierto que era mucho más manejable que los antiguos sistemas de almacenamiento, cierto también que era más fácil escribir en él que esculpir o marcar, y cierto que no era necesaria una habilidad especial para preservar tus cosas del olvido. Pero esta democratización relativa que puso a salvo muchos más recuerdos, también hizo que se perdiesen arrasados por el agua, el fuego o el simple paso del tiempo. Había comenzado la era de los soportes perecederos de cojones, y aunque todavía se empleaban medios tales como el tallado en piedra, la realidad es que poco a poco las cosas cuyo recuerdo querían conservar fueron siendo cada vez menos importantes. Incluso hubo una época en que se permitió que una élite fuese la encargada de transcribir esos recuerdos básicamente para que solo se guardasen los recuerdos que a ellos les interesaba, y no otros. Para estos había algunos letrados que escribían sus cosas en papel o madera con dibujos que ayudaban a una plebe embrutecida a comprender las historias que se les contaban, de las cuales no queda ni el recuerdo más que en aquéllas que pasaron de boca en boca lo que, más que perecedero, es una gilipollez.
Y entonces llegó el momento cumbre del despropósito papelero cuando en 1.440 Gutemberg inventó la imprenta. Cierto es que cuatrocientos años antes había habido un intento por parte de los chinos de inventar una imprenta, pero con tantas letras era un pifostio y no cuajó la cosa, amén de que los emperadores gustaban más de la caligrafía de pincel gordo, muchísimo más decorativa, dónde va a parar…  Total, que se consiguió hacer grandes cantidades del recuerdo de la misma cosa de un modo mucho más fácil, e incluso de cosas que alguien quería guardar aunque no hubiesen existido, y el mundo se pobló de libros. Esto, que puede parecer bonito, no lo es tanto si pensamos en la cantidad de pérdidas que ha habido desde entonces, tanto por guerras como incendios o inundaciones fortuitas, quemas públicas o devoradas por las ratas. Somos tan inocentes que incluso nuestro medio preferido de pago, el dinero, es de papel. A esto hace referencia magistralmente Stanislaw Lem en la introducción de su novela “Memorias encontradas en una bañera”, libro que recomiendo siempre que me acuerdo. Pero no divaguemos.
Visto todo lo anterior, el hombre contemporáneo comprendió que con el uso de los medios tradicionales los recuerdos peligraban, inventando nuevos soportes más sólidos y con una capacidad enorme en que guardar todos esos perecederos soportes heredados de nuestros antepasados. Y además dotó a todo el mundo de la posibilidad de usar estos medios para almacenar sus cosas, incluso consiguió que las fotos no hubiese que ponerlas en papel sino que son pequeños magnetismos guardados en el soporte correspondiente. ¡Qué maravilla poder guardar en un “pen” una librería completa, o una vida con todas sus imágenes… ¡y cabe en un bolsillo!
¿Fascinante? Puede, pero inútil, porque hemos retrocedido aunque nos parezca que en realidad no hemos hecho sino avanzar. Con un libro, puedo acceder a la información sin más necesidad que el propio soporte que la contiene. Con un dispositivo electrónico no, porque necesito un ordenador para leerlo, o corriente eléctrica o que la batería tenga carga. Y no solo eso: con el tiempo que tarda en quemarse una biblioteca puede que de opción a salvar algo. En comparación, un pen ardiendo no da tiempo ni a avisar a los bomberos, y qué decir de discos duros o esos CD que cuando tienen algunos años (no muchos) empiezan a descomponerse solos sin que haya ningún remedio y de los que casi puedes ver caer las canciones que contienen a nada que lo sacudas un poco.
Definitivamente somos una raza que, siglo tras siglo, repite los mismos errores porque olvida que ya los ha cometido, y eso es porque no tiene donde guardarlos.
Besos castos.

viernes, 4 de mayo de 2012

La Wikipedia como enemigo.


No cabe duda que la tecnología ayuda, en ocasiones, a mejorar nuestro modo de vida e incluso nuestra vida en sí. Esto sucede casi siempre cuando surge una alianza entre un invento y algo bueno. En ese caso  la tecnología, el invento, puede potenciar ese algo bueno y hacerlo aún mejor,  más extenso, más elevado y desde luego mucho más popular por todos estos motivos. Pero también funciona en el sentido contrario. Por ejemplo puede popularizar una gran obra de arte, mas puede hacer que se extienda un bodrio infumable por todas partes sin más control que el que quieran ejercer los mediocres que lo estén contemplando, que no será mucho; algo así como “El Código Da Vinci” por citar un caso reciente en que hordas de bachilleres fracasados creían de veras haber encontrado el motivo de sus vidas.
Y a la sombra de esto están agazapados un sinfín de seres vagos y cenicientos, incapaces de esforzarse lo más mínimo, esperando la ocasión de presumir de doctos y cultos, tan vanidosos que no comprenden cómo alguien que dedica su vida al estudio y la lectura y cuya capacidad de comprender las cosas realmente hermosas aún duda de lo que sabe mientras ellos, que no saben nada, presumen de conocimientos ante un auditorio más mediocre que ellos mismos por imposible que pueda parecer.
Antes teníamos un filtro para estos personajes: solo el hecho de tener que molestarse en buscar un libro y, lo que es peor, leerlo, hacía que no se informasen y por tanto no tuviesen de donde rascar una conversación tan idiota como pretenciosa. Y si de escribir hablamos, ya ni lo intentaban. Pero ahora no, ahora basta con buscar en la “Wikipedia” lo que se te ocurra o malamente recuerdes de cuando intentaron educarte y ya eres sabio. Tan fácil como todo lo demás. Repite las noticias de la cadena de televisión como un loro mediatizado pero no intentes tener un criterio, algo que si ya es difícil de por sí, sin base es prácticamente imposible, pero qué más da, puedes opinar de temas “importantes” mientras los políticos de turno te meten la mano en el bolsillo y el dedo por el culo.
Ahora sí, puedes utilizar términos que oíste en películas mediocres y cuyo significado desveló Internet para ti, aunque ya no recuerdes exactamente cuál era. E incluso puedes escribir tus comentarios en las redes sociales, llenando el “ciberespacio” de faltas de ortografía y desastres gramaticales. Y no importa, porque la Wikipedia siempre estará ahí, ayudándote a tapar tu mediocridad con una capa de miseria.
Es tan repugnante que iré ahora mismo a degustar un poco de chocolate.

Besos castos.

martes, 10 de abril de 2012

El niño negro que quería ser blanco


Una de las ventajas de tener un amigo cuyo hermano es mucho mayor que él es poder investigar en las cosas que ocuparan su infancia y que te parecen muy distintas a las tuyas, casi como si del día a día de alguna generación perdida se tratase. En mi caso, las publicaciones  infantiles de mi época me parecen ahora terriblemente moñas, pero los de la época del hermano de mi amigo eran sencillamente surrealistas, o eso nos parecía: tebeos de héroes de cartón piedra y moralina rancia, con colores denostados antes de lo Pop (cuando los había), guerreros incansables pero inexplicablemente atractivos para sus compañeros de historia por lo pesados que resultaban ser… una galería que no podía ser siniestra por lo cándida, y que siempre me hizo pensar en que quienes lo escribían no tenían más remedio que hacerlo para no caer en una situación irremediable.
Pero había un cuento de esos con ilustraciones que sobresalía por encima de todos los demás: el del niño negro que quería ser blanco. En serio: el niño negro que quería ser blanco. Era esta la historia de un niño negro que no estaba contento con su raza y quería a toda costa volverse blanco; una especie de Michael Jackson pero en cutre, porque el niño negro era pobre, desde luego, y todo lo que deseaba era mejorar de algún modo y eso, siendo negro, se ve que era más complicado que ahora. Bueno, pues el niño negro empleaba todas las técnicas que tenía a mano para conseguirlo. Primero se hartaba de meterse en agua y frotarse con un cepillo y jabón, pensando que más que negro lo que le pasaba es que era un cerdo y por eso tenía el color oscuro. Creo recordar que incluso se colgaba al sol de una cuerda junto a algunas camisas y pantalones, porque en aquélla época no se estilaba tender la ropa interior sino la de honrado trabajador, por lo menos en los cuentos de niños negros, y allí pasaba las horas quizás pensando que el astro rey blanquearía su piel como hacía con la pintura de las ventanas. También probaba a beber grandes cantidades de leche para intentar similar el color y yo creo que no tenía diarrea porque a la diarrea le pasaba lo mismo que a la ropa interior, que si no habría muerto ahogado por sus propios excrementos.
Como no podía ser de otro modo, el niño estaba desesperado de verse tan negro, fallo tras fallo arrugado y con heridas del agua y el cepillo, escondiendo su diarrea como buenamente podía hasta que, en un arrebato de inspiración, recurre a pedírselo a la Virgen, confiando en que estaría lo suficientemente desocupada como para atender semejante petición; pero de todos es sabido que nuestros problemas siempre nos resultan importantes y así deben de ser para todos los demás, vírgenes o no.
 Y entonces se le aparece la Virgen, porque el niño negro, además de gilipollas, era de una bondad casi infinita e incapaz de la menor maldad, proclive a las buenas obras y al respeto en general hacia todos quienes le mandaban, y jamás se le había conocido ninguna acción escandalosa o perjudicial para sus semejantes porque era, en suma, un pardillo.
Total, que la Virgen, tras explicarle que el milagro le era concedido por sus buenos hechos, obra en consecuencia y ¡oh! el niño negro ahora es rubito y blanco como una tiza, con los ojitos azules y una patética sonrisa de querubín. Y fin de la historia. Aquí acababa el cuento, con la moraleja de que las buenas obras y el buen comportamiento siempre tienen recompensa. El problema es que la última imagen del cuento muestra al niño justo antes de mirarse al espejo, y por ello con una espléndida sonrisa en los labios; espléndida pero de negro, porque si bien el niño ya era blanco, era blanco con labios, pelo y cabeza de negro, o sea, un negro blanco, que también hay que tener mala leche para hacerle esa putada a la criatura. Y aquí quedaba esta imagen final de un negro blanco como si fuese un premio envenenado, mientras el padre del infante pasaba por cornudo y los negros del barrio se descojonaban de él condenándolo al limbo de los colores falsos, apartándolo de ellos hasta que, supongo, hiciese un pacto con el diablo para que le devolviese su color original a cambio de su alma, si es que todavía le quedaba algo.

Besos castos.

jueves, 22 de marzo de 2012

El pastel de Gargantúa


En su libro “Rincones de la Historia”, Gabriel maura Gamazo, hijo del político Antonio Maura, cita a Antony Meray que en su libro de 1.876 ”Les cours d’amour” (aunque he podido comprobar que este no es el título completo, pero me aburre escribir en francés), dice textualmente en referencia a los cocineros franceses que “Ellos solos sabían construir los enormes pasteles de piezas de caza, en forma de ciudadelas, de donde se escapaban, al ser abiertos sobre la mesa del banquete, liebres vivas, enanos deformes que las perseguían y nubes de palomas, contra las cuales lanzaban sus azores los invitados…”.
El libro en cuestión.
 ¡Y creíamos que lo del Ferrán Adriá era cocina elaborada! Por favor, pero si es un pobre aprendiz, un alma cándida que no puede casi ni imaginar la grandeza de aquéllas épocas pretéritas, tiempos grandiosos en que las espumas esas que se añaden al plato con un sifoncillo no podían ni ser imaginadas. No parece difícil imaginar la cocina de un restaurante actual, quizá más parecida a un laboratorio que a otra cosa, pero no pasa lo mismo con estas cocinas francesas de la antigüedad,de modo que hagamos un pequeño análisis de lo que llevaría aparejado la receta de este pastel magnífico que cita nuestro buen Meray.
Primero la cocina: se necesitaría una cocina tamaño catedral, con un espacio grande en que montar el tinglado, porque parece más fácil hornear la ciudadela en trozos que puedan montarse que disponer de un horno gigante (amén de que los enanos y las liebres llevan mal el ser asados vivos), y por supuesto si se montaba en la cocina quedaba pendiente el tema del transporte, ya que la tecnología de la época no contemplaba grandes plataformas sino carros, por lo que parece más plausible el que se efectuase el montaje en el comedor directamente.
Y luego está el asunto de los ingredientes: nada que objetar a lo que supongo son habituales en cualquier pastel de ese tipo salvo las cantidades: huevos, harina, sal... e incluso las liebres vivas o las palomas, no hay problema. Pero los enanos deformes son otra historia: ¿se subcontrataban o había alguien especificamente dedicado a buscarlos por los pueblos de alrededor? Y no solo eso: en caso de que hubiese varias fiestas seguidas ¿tenían habitaciones donde esperar su turno cerca de la cocina? porque no creo que los buscasen de cada vez. Y ¿qué posibilidades tiene un enano deforme de atrapar una liebre que corre acojonada tras salir de un pastel y observar que fuera le esperan un montón de energúmenos con azores y borrachos como cubas? ¿Cómo se contenían las liebres dentro del pastel mientras se esperaba el momento de la apertura? ¿Y las nubes de palomas? ¿Alguien sería capaz de comer un pastel relleno de excrementos de paloma y liebre que ha sido pisoteado por una horda de enanos deformes? 
Imagino también que cuando te invitaban a un sarao de estas características indicaban si tenías que llevar el azor o, por el contrario, ese día el menú no contemplaba pastel porque los enanos estaban de fiesta, las liebres estaban en veda o las palomas habían emigrado a algún país más civilizado, suponiendo que lo hubiese.
Total, que mientras los maestros franceses llegaban a la cúspide absoluta de la elegancia y el saber hacer culinario, nosotros dale que te pego con los duelos y quebrantos mientras los galgos corrían tras las liebres, las palomas volaban por los campos y los enanos deformes se dedicaban a lo que fuese que se dedicasen los enanos deformes en aquél entonces, apartados como estaban de las modas afrancesadas de algunos cocineros gilipollas.
Besos castos.

martes, 20 de marzo de 2012

¡Hola, mundo!

Cuando yo empecé a estudiar programación hace ya tantos años que parece mentira que existiesen ordenadores, el primer programa que te enseñaban a hacer era uno que conseguía hacer aparecer en la pantalla una frase idiota: "Hola, mundo", como si fuese un parto o algo similar. A veces llegué a pensar que esta frase pretendía dar importancia a un programa de tan solo dos o tres líneas y así animar a los estudiantes, pero pronto se me pasaba y me daba cuenta de que no era más que una tontería para que el profesor supiese que los alumnos que sonreían cuando veían aparecer la frasecita en la pantalla eran casi tan tontos como los que hacían algún tipo de comentario.
He de decir que con la repetición de la frasecita, lo único que quiero es hacer un pequeño e inmerecido homenaje a todos los idiotas que nos hicieron escribirla, y a todos los idiotas que la escribimos. No va a ser esto un blog de informática, dios me libre, porque aunque fue mi carrera y mi profesión, acabó por asquearme tanto que no quiero oír hablar de ella más que cuando a mí me de la gana, que para eso soy el que escribe aquí. Y no crean que abandonar mi profesión, aquélla para la que estudié tanto y durante tanto tiempo, ha resultado traumático: vivo meor desde que la dejé. Ahora tengo un despacho claro y un coche grande y oscuro, e incluso gente a quien mandar, algo que prefiero hacer por la mañana, porque las tardes son mejores para reflexionar, ver porno en el ordenador o hablar con los amigos.
Y como paso de lo políticamente correcto y aún sabiendo que hay personas que no pueden dedicar las tardes a la reflexión o el sexo virtual, no pienso dejar de decir que lo hago; de hecho seguro que hay quien dedica las tardes a pasear en su Lamborghini o al sexo oral, y que yo no lo haga no quiere decir que piense que es mejor que lo hagan pero no se lo digan a nadie: si te gusta que te lo coman en el Lambo y puedes permitírtelo no debes ocultarlo, de hecho es parte importante de esta sociedad el que otros hagan cosas que te dan envidia para que te creas que puedes conseguirlo y sigas haciendo el borrego mientras tanto.
Pero no quiero divagar. No sé cuán frecuentemente voy a actualizar esto, porque tengo síndrome de deficiencia de atención y, créanme, eso es un problema. Algún día les contaré lo del siquiatra que intentó tratármelo, es una bonita historia, casi como una chepa: mejor andar con ella que te la quite el tipo del serrucho.
Pero me voy, que tengo que recoger a mi señora.

Besos castos.